08 Ene La regulación de la lengua en el Inglés Moderno y Contemporáneo
La preocupación de los renacentistas ingleses por ennoblecer su lengua nativa les llevaría inevitablemente a reglamentar su uso. Si el inglés había de sustituir a las lenguas clásicas (como noble vehículo de los más nobles pensamientos e ideas), había que intentar regularlo de acuerdo a unos principios sólidos y bien definidos, similares a los de aquellas lenguas. Tal regulación podría llevarse a efecto estableciendo una ACADEMIA DE LA LENGUA, cuyo objetivo fuese el de «corregir» y «purificar», establecer lo correcto y quizás «congelar»la lengua de un estándar determinado. Y había unas modelos definidos: las academias persistentes en Italia y en Francia. Las propuestas en este sentido provienen sobre todo de la Royal Society ( J. Dryden era precisamente uno de los miembros del comité nombrado este efecto). Y la idea cobraría nuevo vigor con Defoe y Swift ya el siglo XVIII (aunque nunca llegas a cuajar definitivamente)
Pero, aunque no prosperase la idea de la «Academia», la inquietud lingüística sí cristaliza en una serie de intentos para sistematizar la ortografía y confeccionar una gramática y un diccionario adecuados.
a) Fijación ortográfica del Inglés
El inglés escrito del período anterior había sido realmente un desastre. El adjetivo fair, por ejemplo —con sus formas comparativa y superlativa— ofrecía las siguientes ortografías: feyer, faejer, fayyerr, faiger, fehere, fair, fayr, faire, fayre, uayr, ueirest, veir, vair, feir, feier, feire, fceiere, farrer, feyre, ffayr, ffayre, feiore.
W. Caxton —como traductor e impresor— siente vivamente la necesidad imperiosa de una ortografía más lógica y uniforme; y populariza una serie de convencionalismos que todavía perduran en el inglés actual:
«gh» para la «g» no palatalizada;
reduplicación de consonantes tras vocales breves, en posición media; etc.
Le siguen, en su empeño, J. Hart, en su Ortographie of English (1568) y A Methode or comfortable beginning for all unlearned (1570); W. Bullokar, que en su Booke at large for the Amendment of Ortographie for English Speech (1581), trata de imponer acentos, diéresis y otras innovaciones que se rechazarían muy pronto; y sobre todo R. Mulcaster, que, en su Elementarie (1582), propondrá una serie de reglas que han contribuido sensiblemente a uniformar el sistema ortográfico inglés.
Pero gran parte de estos esfuerzos resultarían incompletos e infructuosos, por falta de claridad y consistencia en sus conocimientos fonéticos. La ortografía inglesa continuaría anclada en una pronunciación arcaica, y resultaría, en su mayor parte, conservadora y convencional (cf. nuestro capítulo IV).
b) Principios gramaticales del Inglés
Durante el siglo XVI por «Gramática» suele entenderse todavía sólo «la gramática del latín». De modo que varias de las «English Grammars» son en realidad otras tantas gramáticas del latín «escritas en inglés». Tal es el caso de las de W. Lily: Short Introduction of Grammar (1550), e incluso la de E. Burles: Grammatica Burlesca, or a new English Grammar, en 1652.
Tan sólo la de W. Bullokar: Pamphlet for Grammar (1586) —resumen de su proyectada Ruled Grammar for Inglish— podría considerarse como auténtica gramática del inglés, aunque está sensiblemente influída por la de W. Lily.
En el siglo XVII proliferan ya las gramáticas inglesas; y en ellas quiere advertirse una notable variedad (cf., por ejemplo, I. Michael, English Grammatical Categories and the Tradition to 1800, Cambridge U. P. 1970); pero en general siguen los esquemas, criterios y divisiones de las gramáticas latinas tanto en su concepto de la materia: «Grammar is the art of writing and speaking well» (traducción literal de la Brevissima Institutio de W. Lily), como en el contenido de la misma: el estudio de las «letras», las «sílabas» y las «palabras» (sin mención alguna de la sintaxis, a excepción, quizá, de la de B. Jonson).
La gramática de B. Jonson, The English Grammar (Made by Ben Jonson for the benefit of all Strangers out of his observation of the English Lan-guage now in spoken and in use) (1640), podría considerarse como típica.
El autor, haciéndose eco de todos los gramáticos de su época, nos indica claramente la finalidad de sus esfuerzos:
We free our language from the opinión of rudeness and barbarism, wherewith it is mistaken to be diseased: we shew the copy of it, and mat-chableness with other tongues; we ripen the wits of our own children and youth sooner by it, and advance their knowledge.
Y trata luego de estudiar al detalle las letras del alfabeto, los sonidos que representan, y el uso de los mismos en la formación de las palabras; con atinados comentarios sobre las partes de la oración, sobre la declinación de las palabras, la conjugación de los verbos, la formación de los grados comparativo y superlativo, sobre las varias clases de conjunciones y pronombres, etc.; pero siempre imponiendo al inglés las nociones y categorías gramaticales del latín (relacionando constantemente las formas inglesas con las latinas). Veamos, por ejemplo, sus observaciones sobre los tiempos del verbo inglés:
A verb finite therefore hath three only times, and those always, imperfect. The first is the presenf, as amo, I love.
The second is the time past; as amabam, I Ioved.
The third is the future; as ama, amato: love, love.
The other times both imperfect; amen, amarem, amabo. And also perfect; as amavi, amaverim, amaveram, amavissem, amavero, we use to express by a syntax, as shall be seen in the proper place.
c) Los primeros diccionarios de la lengua.
En realidad, desde la época anglosajona ya se había intentado confeccionar cierta especie de diccionarios; pero se trataba tan sólo de listas de palabras latinas que encerraban cierta dificultad: se las explicaba en términos latinos más familiares; y se las acompañaba, a veces, de palabras o frases en inglés antiguo para clarificar su significado.
Este tipo de listas continuaron recopilándose y ampliándose durante el período del inglés medio, hasta que en 1499 aparece el primer diccionario impreso en Inglaterra: el Promptorium parvulorum sive clericorum (de W. de Worde) que ofrece el término inglés en primer lugar, seguido luego de un equivalente latino.
Dado el interés renacentista por todo tipo de cultura —así como los nuevos intereses políticos y comerciales—, los primeros diccionarios de la época eran más bien diccionarios de lenguas extranjeras, que auténticos diccionarios de la lengua inglesa. Así, en 1523 aparece el diccionario «francés-inglés» de Palsgrave: Lesclarcissement de la langue Francoyse; en 1591, el diccionario «español-inglés» de Percival; en 1599, el de «italiano-inglés» de Florio…
Pero la creciente adopción de vocablos latinos durante el siglo XVI estaba exigiendo, de forma cada vez más acuciante, la aparición de un diccionario que explicase, a los lectores menos familiarizados con las lenguas clásicas, toda esa terminología extraña y difícil. La respuesta a esa exigencia comenzaría sólo en el siglo XVII.
La función del diccionario pretendía ser doble: mostrar la ortografía correcta (= «the true writing»), y explicar el significado de esas palabras difíciles. Pero estos diccionarios son todavía muy parciales: se reducen a las Hará Words (la mayoría de origen latino o francés, aunque también hay algunos «arcaísmos» y términos dialectales).
El primero, el de R. Cawdrey, A Table Alphabeticall (1604) contiene 2.500 palabras. Y los demás tratan de ampliar sustancialmente este bagaje léxico: el de J. Bullokar, An English Expositour (1616) ofrece largas definiciones de 4.100 palabras; y el de E. Coles, An English Dictionary (1676) recopila ya 25.000. O intentan una mejor organización del mismo:
H. Cockeram, The English Dictionarie (1623), lo organiza en tres partes: las «choicest words», con las que la lengua se ha enriquecido recientemente (= los inkhorn terms); la lista alfabética de las «Vulgar Words», para las que ofrece un equivalente más culto y elegante; y un pequeño diccionario de mitología clásica.
E. Phillips, The New World of English Words (1658) indica el «campo» de donde procede cada palabra y adjunta la(s) «etimología(s)» de cada una de ellas, además de una síntesis inicial de «historia de la lengua inglesa».
Se trata de intentos verdaderamente loables; pero son sólo eso, «intentos». Porque la verdad es que —sobre todo en los aspectos gramatical y léxico— falta todavía mucho para poder hablar de una regularización sustancial de la lengua inglesa. Se necesitaba aún la labor racionalista y ordenadora del siglo XVII para que el inglés comenzase a adquirir su mayoría de edad, y pensar en convertirse en lengua de validez universal.